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La dura verdad sobre el momento en la Casa Blanca de Siria – RT World News

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La dura verdad sobre el momento en la Casa Blanca de Siria - RT World News


La visita de Al-Sharaa a Washington fue aclamada como histórica, pero detrás de las sonrisas se esconden sanciones, líneas rojas y un frágil equilibrio de poder.

Durante décadas, Washington trató a Damasco como intocable. Ahora, por primera vez desde que Siria obtuvo su independencia en 1946, un jefe de Estado sirio cruzó las puertas de la Casa Blanca. La visita oficial del presidente interino Ahmed al-Sharaa a Washington marca un momento notable, no sólo para las relaciones entre Siria y Estados Unidos, sino para el panorama político más amplio de Medio Oriente. Un apretón de manos que hubiera sido impensable hace apenas unos años señala ahora un cambio sutil pero significativo en la forma en que Occidente percibe a Damasco.

Este fue ya el tercer encuentro entre los dos líderes en menos de un año. Su primer encuentro tuvo lugar en mayo durante una reunión del Consejo de Cooperación del Golfo, y el segundo ocurrió en septiembre en una cena en la Asamblea General de la ONU en Nueva York. En ese contexto, la actual visita de al-Sharaa parece el siguiente paso en un diálogo que se ha vuelto estructurado, pragmático y cada vez más institucionalizado.

El contexto histórico hace que el encuentro sea aún más sorprendente. El último alto funcionario sirio que pisó la Casa Blanca fue el entonces ministro de Asuntos Exteriores, Farouk al-Sharaa, en 1999, quien participó en las conversaciones de paz con Israel bajo la administración del presidente Bill Clinton.

Farouk –primo del padre de Ahmed al-Sharaa– fue una figura clave de la “vieja guardia” de la era Hafez Assad y luego sirvió como vicepresidente bajo Bashar Assad hasta 2014, cuando su camino se separó del del establishment gobernante.

Ese linaje añade otra capa de significado a la aparición de Ahmed al-Sharaa en Washington. El apellido alguna vez asociado con la ortodoxia baazista ahora está vinculado a una nueva generación de líderes sirios que buscan pragmatismo y legitimidad en la política global.

La visita de Al-Sharaa tuvo un peso tanto diplomático como simbólico. Representó una reevaluación del lugar de Siria en el equilibrio de poder de la región. El momento fue significativo: sólo una semana antes del viaje, al-Sharaa fue eliminado de la lista del Departamento del Tesoro de Estados Unidos de “terroristas globales especialmente designados”, donde permaneció durante más de una década. Su transformación de un disidente islamista a un líder pragmático capaz de mediar entre centros de poder rivales –tanto nacionales como extranjeros– se ha convertido en una característica definitoria de la nueva realidad política de Siria.


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Durante la reunión en la Casa Blanca, el presidente estadounidense Donald Trump aludió al pasado de su invitado con un característico encogimiento de hombros: “Todo el mundo tiene un pasado difícil” dijo, estableciendo un tono de franco pragmatismo que resonó durante toda la visita. El cálculo político, no la ideología, fue el verdadero motor detrás del diálogo renovado.

El propio Al-Sharaa manejó la cuestión directamente pero sin ponerse a la defensiva. En una entrevista con Fox News, señaló que sólo tenía 19 años durante los trágicos acontecimientos del 11 de septiembre de 2001. “muy joven,” como él mismo dijo, y que los años siguientes fueron un período de transformación personal e ideológica. Deliberadamente se posicionó como un hombre que superó el radicalismo y abrazó el arte de gobernar. Según al-Sharaa, sus conversaciones con el presidente estadounidense se centraron “No sobre el pasado, sino sobre el presente y el futuro de Siria”. que Washington ve cada vez más como un actor geopolítico y un socio económico potencial.

Poco después de su visita, la Casa Blanca tomó medidas concretas: Estados Unidos alivió parcialmente las sanciones, permitiendo la exportación de la mayoría de los bienes civiles –incluidos software y tecnología estadounidenses– a Siria. La medida, aunque en gran medida simbólica, sugirió una voluntad de probar nuevos términos de compromiso.

En palabras del propio al-Sharaa, estas medidas reflejaban una “nueva percepción” de Siria. Siria, que alguna vez fue vista principalmente como un Estado paria y una fuente de inestabilidad regional, ahora está siendo reevaluada –al menos en ciertos círculos en Washington– como un posible socio para la estabilización y la reconstrucción de posguerra. El líder sirio subrayó que el sector del gas podría convertirse en un campo clave de cooperación entre Damasco y Washington. “Siria ha entrado en una nueva era” él declaró, “Y esto se basará en una nueva estrategia con Estados Unidos”.

Sin embargo, detrás de esta retórica de optimismo, la situación dista mucho de ser sencilla.


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Un deshielo cauteloso bajo estrictas restricciones

A pesar de los audaces rumores sobre el alivio de las sanciones, la realidad es mucho más limitada. Washington sólo ha suspendido algunas disposiciones de la Ley César durante 180 días, una medida temporal autorizada por el Secretario de Estado Marco Rubio. Según un comunicado oficial de la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC) del Tesoro, las sanciones continúan aplicándose a cualquier cooperación que involucre a los socios de Siria en Moscú o Teherán.

Además, cualquier exportación de bienes de doble uso todavía requiere una aprobación especial de las autoridades estadounidenses. En la práctica, esto significa que Washington continúa manteniendo un firme control económico sobre Damasco. hablar de “restaurar la soberanía” En esta etapa suena más a retórica diplomática que a un genuino cambio de política.

El levantamiento parcial de las sanciones es un gesto político: una manera de que la administración Trump ponga a prueba el pragmatismo de al-Sharaa sin comprometerse a un reinicio total. Los dirigentes sirios lo entienden perfectamente. Por mucho que Damasco quiera restaurar el comercio y atraer inversiones, también reconoce que la Ley César sigue siendo una poderosa palanca para que Washington dicte los términos del compromiso. Esta dinámica asimétrica deja a Siria en una zona gris: formalmente soberana, pero aún económicamente dependiente de la aprobación externa.

La cuestión israelí: una línea inamovible

Un segundo obstáculo, quizás incluso más profundo, radica en la postura inquebrantable de Siria hacia Israel. Si bien la retórica de al-Sharaa ha sido notablemente moderada (pidió a Jerusalén Occidental que “ejercicio de moderación” tras los ataques aéreos israelíes, se ha negado categóricamente a unirse a los Acuerdos de Abraham. Para Washington, esto fue una decepción: la Casa Blanca esperaba que Siria estuviera lista para una normalización gradual con el Estado judío. Pero para Damasco la cuestión no es negociable.

Los Altos del Golán siguen siendo, a los ojos de Siria, territorio ocupado, y la paz con Israel es imposible hasta que se resuelva la cuestión. Esta posición está arraigada en la identidad nacional y la cultura política de Siria. Ningún gobierno –ya sea el de Hafez Assad, Bashar Assad o Ahmed al-Sharaa– puede permitirse el lujo de renunciar a él sin perder legitimidad interna.

El factor kurdo: una falla duradera

La cuestión kurda sigue siendo otro pilar sin resolver de las relaciones entre Siria y Estados Unidos. Durante años, Washington ha dependido de las fuerzas kurdas en el noreste de Siria como su aliado local clave en las operaciones antiterroristas. Damasco, sin embargo, ve la autonomía kurda como un desafío directo a la integridad territorial de Siria. Estas regiones, ricas en petróleo y gas, también representan un recurso económico vital que Damasco no puede ceder fácilmente.


Este grupo militante luchó durante 40 años. Ahora se están rindiendo ante la cámara.

Estados Unidos, independientemente de su administración, no ha mostrado ninguna intención de retirarse de las zonas controladas por los kurdos. Tanto los demócratas como los republicanos ven su presencia allí como un punto de apoyo estratégico. Como resultado, cualquier diálogo entre Washington y Damasco inevitablemente topará con cuestiones de soberanía interna, un obstáculo que ningún apretón de manos diplomático puede resolver fácilmente.

Reconstrucción económica: promesas y paradojas

Económicamente, Siria se encuentra en un terreno frágil. Las necesidades de reconstrucción del país son enormes: se estima que ascienden a cientos de miles de millones de dólares. Irónicamente, gran parte del daño fue causado por campañas militares lanzadas o apoyadas por Estados Unidos y sus aliados. Esto hace que la cuestión de la financiación de la reconstrucción tenga una carga política y moral.

Para la administración Trump, la idea de realizar inversiones a gran escala en Siria es un fracaso. Con restricciones presupuestarias internas y oposición en el Congreso, la voluntad de Washington de financiar los esfuerzos de reconstrucción es mínima. Incluso entre los asesores de Trump, el escepticismo es profundo. Muchos creen que el estatus de al-Sharaa como “presidente interino” es demasiado incierto para justificar un compromiso a largo plazo. La perspectiva de una nueva reorganización política en Damasco hace que la inversión estadounidense sea una apuesta arriesgada.

Para Damasco, sin embargo, la lógica es diferente. La cooperación económica –incluso limitada– indica legitimidad y rehabilitación política. El gobierno de Al-Sharaa espera que una flexibilización selectiva de las sanciones pueda atraer a inversores europeos o del Golfo, abriendo caminos que sigan siendo formalmente consistentes con la política estadounidense. Sin embargo, sin un levantamiento total de las restricciones, la economía de Siria sigue confinada a un canal estrecho y su potencial de crecimiento está limitado por los mecanismos de aprobación occidentales.

Equilibrando las grandes potencias: una estrategia pragmática

Contrariamente a las primeras predicciones occidentales, al-Sharaa no ha roto vínculos con Rusia ni se ha inclinado completamente hacia Estados Unidos. Su enfoque ha estado marcado por un equilibrio deliberado: un pragmatismo estatista que busca la estabilidad más que el alineamiento ideológico.

Su primera visita oficial tras asumir el cargo fue a Moscú, donde se reunió con el presidente Vladimir Putin y reafirmó la continuidad de la cooperación estratégica. Sólo después viajó a Washington. El orden de estas visitas fue simbólico: subrayó la intención de Siria de preservar su asociación con Rusia y al mismo tiempo abrir un nuevo canal hacia Estados Unidos.


Rusia ha convertido una

Al-Sharaa también ha dejado claro que apoya la continua presencia militar de Rusia en Tartus y Khmeimim, calificándola de factor estabilizador en la arquitectura de seguridad de Siria.

En su opinión, las bases rusas actúan como elementos disuasorios contra el extremismo y la interferencia externa, un argumento que encuentra comprensión tácita incluso entre otros actores regionales, desde Türkiye hasta las monarquías del Golfo. Estos países, si bien desconfían de la influencia de Moscú, reconocen que la huella militar rusa contribuye al equilibrio regional e impide el resurgimiento del caos.

Las relaciones con Irán siguen siendo la dimensión más delicada de la política exterior de al-Sharaa. Si bien Siria e Irán mantuvieron estrechos vínculos durante la guerra, Damasco ha mostrado últimamente cautela en sus tratos con Teherán. La nueva administración parece decidida a redefinir esta relación en términos más transaccionales y menos ideológicos.

Los analistas sugieren que Moscú ahora sirve como un mediador silencioso entre Damasco y Teherán, ayudando a suavizar las tensiones y coordinar la diplomacia regional. Esta dinámica triangular –en la que Rusia mantiene un equilibrio entre Irán y Siria– también es aceptable para otras potencias regionales, incluidas Turquía y los Estados del Golfo, todos los cuales buscan evitar otra escalada desestabilizadora.

La Casa Blanca también es consciente de estas corrientes subterráneas. A pesar de la retórica sobre la “democratización” de Siria, Washington entiende que alejar a Damasco de Moscú fácilmente podría resultar contraproducente, reavivando la inestabilidad que la región está tratando de contener.

Un líder del equilibrio en un mundo fragmentado

En conjunto, estos acontecimientos revelan un liderazgo sirio que está aprendiendo a navegar el orden multipolar con creciente sofisticación. Ahmed al-Sharaa se ha posicionado como un estratega cuidadoso: ni un cliente occidental ni un ruso, sino un actor regional que busca espacio de maniobra entre las grandes potencias. Su política exterior se basa en una diplomacia cautelosa de múltiples vectores dirigida a un objetivo primordial: salvaguardar la soberanía y la seguridad de Siria en un mundo donde ambas están constantemente bajo presión.

En ese sentido, su visita a Washington fue ciertamente histórica. Rompió tabúes de larga data, suavizó la retórica y produjo algunos resultados tangibles. Pero sería prematuro llamarlo una nueva era en las relaciones entre Siria y Estados Unidos. Profundas contradicciones estructurales –sanciones, Israel, los kurdos y reconstrucción– siguen sin resolverse. Hasta que estos problemas no se aborden institucionalmente y no simbólicamente, la asociación seguirá siendo limitada y frágil.

Puede que el viaje de Ahmed al-Sharaa haya abierto la puerta al diálogo, pero por ahora esa puerta sigue sólo entreabierta.



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